CONVERSACIONES CON UN ERMITAÑO

DEL MONTE ATHOS

 

HIEROTHEOS VLACHOS

 

1.  El valor de la oración

 

Sí, he entendido bien, esto es resultado de la ascesis, y de la oración de Jesús. Sin embargo, permíteme una pregunta, no porque crea en ello, sino porque oigo a veces que algunas personas dicen que el medio de llegar a la “oración llena de gracia” es el yoga cristiano al estilo de las regiones del Extremo Oriente.

—Los que dicen esto ignoran la condición carismática de nuestra Iglesia; por la “oración” adquirimos la gracia. No lo saben porque no lo han vivido, pero con­vendría que no acusasen a los que han hecho la expe­riencia. Desprecian también a nuestros santos Padres, muchos de los cuales lucharon por ella y defendieron su dignidad con empeño. ¿Se equivocó san Gregorio Palamas? Incluso ignoran la frase de la Sagrada Escritura: ‘Hijo de David, ten piedad de mí”, que significa: “Jesús ten piedad de mi” que fue pronunciada por los ciegos y encontraron luz, por los leprosos y fueron curados de su lepra, etc. La oración ‘Señor Jesucristo, Hijo de Dios, ten piedad de mí” presenta dos aspectos principales: en el plano dogmático confiesa la divinidad de Jesucristo; en el terreno de la oración pide nuestra salvación. La confesión de la fe en el Dios—hombre está ligada a la confesión de que somos impotentes para salvarnos solos. En estos dos puntos se basa la lucha del cristia­no: la fe en el Dios—hombre y la conciencia de nuestro estado de pecado, Por eso la oración expresa en pocas líneas todo el esfuerzo del fiel, y resume todo el dogma de nuestra Iglesia ortodoxa.

Por la oración adquirimos este doble conocimiento:

San Máximo explica que el orgullo se compone de dos ignorancias: la ignorancia del poder divino y la ignoran­cia de la debilidad humana. Esta doble ignorancia crea ¡a “confusión de la sabiduría’. El orgulloso es pues el hombre de la ignorancia mientras que el humilde es el hombre del doble conocimiento: conoce su propia impo­tencia y el poder de Cristo. Con la oración de Jesús reconocemos el poder de Cristo (“Señor Jesucristo, Hijo de Dios”) y nuestra propia impotencia (“ten piedad de nosotros”). Adquirimos así el estado de humildad; don­de hay humildad se encuentra también la gracia de Cristo, y esta gracia es el Reino de los cielos. ¿Com­prendes el valor de la oración y que por su poder adquirimos el Reino de los cielos?

—Sé que el comportamiento ortodoxo es no separar  jamás a Cristo de las otras dos Personas de la Santísi­ma Trinidad. Por eso en la divina Liturgia invocamos a menudo y damos gloria a la Trinidad santa: “Porque toda gloria, honor y adoración convienen al Padre y al Hijo y al Espíritu Santo, ahora y siempre y por los siglos de los siglos” o “Que la gracia de Nuestro Señor Jesu­cristo, el amor de Dios Padre y la comunión del Espíritu Santo estén con todos vosotros’, etc. ¿La oración que se dirige únicamente a la segunda persona de la Santí­sima Trinidad, no contradice esta enseñanza verdade­ra?

   En absoluto. La oración se llama “oración de Je­sús”, pero se funda en la Trinidad. Por otra parte Cristo que es “ el uno de la Santísima Trinidad” no está nunca sin el Padre y el Espíritu Santo, sino que compone con as otras dos Personas la “Trinidad consubstancial e in­divisible”. La cristología* está estrechamente ligada a la triadología. El Padre celeste por medio de un ángel dice a José que le llame Cristo Jesús “. . .le darás por nombre Jesús” (Mt 1,21). José obedeciendo al Padre, llamó Jesús al hijo de [a Virgen, del mismo modo, que el Espíritu Santo inspiró al apóstol san Pablo “que nadie pueda decir Señor Jesucristo si no es en el Espíritu Santo” (1 Co 12,3). Al decir la oración “Señor Jesucris­to, Hijo de Dios, ten piedad de mí”, confesamos al Padre, le prestamos obediencia y además experimentamos las energías y la comunión del Espíritu Santo. Los Padres, inspirados por el Espíritu Santo, nos han dicho que “el Padre, por el Hijo, en el Espíritu Santo,  hace todo’. La Santísima Trinidad entera creó el mundo y modelé al hombre. La Santísima Trinidad la recreó y remodeló al hombre y al mundo. Plugo al Padre, y el Verbo se hizo carne, . del Espíritu Santo’. Es decir que la Encarnación de Cristo se hizo por el beneplácito del Padre y la sinergia* del Espíritu Santo. Por eso decimos que la salvación del hombre y la adquisición de la gracia divina son la operación común de la Santísima Trinidad. Voy a citarte dos enseñanzas características de los santos Padres.

San Simeón el Nuevo Teólogo dice que la encarna­ción del Hijo y Verbo de Dios es la puerta de la salva­ción, de acuerdo con las palabras: “Yo soy la puerta. Si alguno entra por mí, se salvará, entrará, saldrá y en­contrará pastos” (Jn 1,9). Si Cristo es la puerta, el Padre es la casa: “En la casa de mi Padre hay muchas mora­das” (Jn 14,2). Por Cristo pues vamos al Padre. Y para abrir la puerta (Cristo), hace falta la llave que es el Espíritu Santo, porque por la energía del Espíritu Santo conocemos la verdad que es Cristo, Padre y el Espíritu Santo que procede del Padre y que es enviado por el Hijo, forma a Cristo “en nuestros corazones”. Conoce­mos pues al Padre “por el Hijo en el Espíritu”.

Igualmente san Máximo, habla a menudo de las encarnaciones místicas del Verbo. Escribe que así como las palabras de la Ley y de los profetas eran las precur­soras de la presencia del Verbo en la carne, igualmente el Hijo, Verbo de Dios encarnado se ha convertido en el precursor de su “presencia espiritual” preparando a las almas con sus palabras familiares a acoger su divina ,presencia manifiesta. En otras palabras,, conviene que Cristo se encarne en nosotros, para que podamos ver su gloria en el cielo. Sin embargo la encarnación de Cristo en nosotros se hace por el beneplácito del Padre y la energía del Espíritu Santo.

Quien desconoce y rechaza la oración de Jesús comete una gran falta, pues niega a la Santísima Trinidad. Desobedece al Padre, no recibe las iluminaciones del Espíritu Santo y no tiene la verdadera comu­nión con Cristo. Podemos dudar que sea un verdadero cristiano ortodoxo.

— Padre, quisiera que desarrollases las diferencias de las que hablabas antes, entre la oración y el método del yoga, y que me enseñases con tu gran experiencia, su superioridad sobre las religiones orientales.

—Esta pregunta es muy importante, hijo mío, habría muchas cosas que decir. Varios puntos son claros:

 

1.    En la oración se expresa con fuerza la fe en Dios que ha creado el mundo, que lo gobierna y lo ama. Es un tierno Padre, que se interesa por la salvación de su obra. La salvación se obtiene “en Dios”, y por eso oramos pidiéndole “ten piedad de mí”. El atleta de la oración espiritual se encuentra lejos de la autoliberación o autodeificación, que era precisamente el pecado de Adán, el pecado que causó la caída. Adán quiso hacerse Dios fuera de lo que Dios había dispuesto. La  salvación no se obtiene ‘por sí mismo y de sí mismo’ como dicen los sistemas de los hombres, sino “en Dios”.

 

2. En la oración, no luchamos por encontrar un Dios impersonal. No tratamos de elevarnos hacia “la nada absoluta”, sino que nuestra oración se concentra en el Dios personal, el Dios-hombre, Jesús. De aquí la fór­mula “Señor Jesucristo, Hijo de Dios”. En Dios se en­cuentran las naturalezas divina y humana, es decir todo Dios, el Verbo, y todo hombre. “En él habita corporal­mente toda la plenitud de la divinidad” (Col 29). Por eso tanto la antropología como la soteriología del mona­quismo ortodoxo están estrechamente ligadas con la cristología. En cuanto a nosotros, amamos a Cristo y guardamos sus mandamientos: permanecemos en la observancia de los mandamientos de Cristo. El mismo ha dicho: “Si me amáis, guardaréis mis mandamientos” (Jn 14,15). Amando a Cristo y guardando sus manda­mientos nos unimos a la Trinidad.

 

3. Por la oración incesante, no accedemos a un estado de orgullo. Los sistemas de los que acabarnos de hablar están dominados por un cierto orgullo; por la oración adquirimos el feliz estado de humildad. Dicien­do “ten piedad de mí”, nos vemos peores que todos y no despreciamos a ninguno de nuestros hermanos. El or­gullo es extraño al atleta de la oración. El orgulloso es un insensato.

 

4. La salvación no es un estado abstracto, sino una unión con el Dios trinitario, “en la persona” de nuestro Señor Jesucristo. Pero la salvación no borra la contri­bución humana y no somos asimilados, pues también nosotros somos personas.

 

5. En el camino que lleva a la oración, adquirimos la capacidad de discernir el error. Vemos y discernimos los movimientos de Satán así como las energías de Cristo, es decir que reconocemos el espíritu de error, que a menudo toma las apariencias de ángel de luz. Distinguimos pues el bien del mal, lo increado de lo creado.

 

6. La lucha por la oración esta unida a la purificación del alma y del cuerpo de la influencia destructora de las pasiones. No deseamos la impasibilidad de los estoi­cos, sino una impasibilidad dinámica, no la muerte de las pasiones, sino su transformación. Sin “pasión impa­sible”, no se puede amar a Dios ni salvarse. Ahora bien este amor ha sido corrompido y desnaturalizado, y por eso luchamos para reformar estas deformaciones que ha creado el Diablo. Sin esta lucha personal con la ayuda de la gracia de Cristo, no podemos salvarnos. Diabólica es la teología sin ciencia de la práctica”, Según san Máximo el Confesor.

 

7. Por la oración, no tratamos de llevar al espíritu a la nada absoluta, sino hacerle entrar en el corazón y aportar la gracia de Dios al alma, de donde se comunicará al cuerpo. “El Reino de Dios está en nosotros”. Según la enseñanza de la Iglesia, el cuerpo no es malo. Lo que es malo es el orgullo de la carne. El cuerpo no es el “vestido del alma” como dicen los sistemas filosóficos, que deberíamos tratar de rechazar: nosotros debemos sal­varlo. Por otra parte ‘salvación” quiere decir liberación del hombre (alma y cuerpo). No buscamos pues la ruina del cuerpo, sino que combatimos el culto del cuerpo. No queremos tampoco la ruina de la vida. No tratamos de no desear la vida para que cese el dolor. Nos ejercita­mos en la oración porque tenemos sed de vivir, y que­remos vivir eternamente con Dios.

 

8. No profesamos indiferencia a este mundo que nos rodea. Los diferentes sistemas de los que hemos habla­do evitan pensar en los problemas de los hombres para conservar la paz y la impasibilidad. Nosotros buscamos lo contrario; intercedemos continuamente por todos.

La salvación es la unión con Cristo, pero en comu­nión con todas las personas. No podemos salvarnos solos.

Una alegría que solo nos perteneciese a nosotros, sin ser la del mundo, no sería una verdadera alegría.

 

9. No concedemos gran interés a los métodos psico­somáticos ni a las diferentes posturas del cuerpo. Admi­timos que algunas pueden ayudar a concentrar el espí­ritu en el corazón. Pero no buscamos por nosotros mismos la impasibilidad (estado negativo); sino adquirir la gracia divina.

-  Padre, te agradezco mucho estas explicaciones. Tienen el valor de que proceden de quien las vive pero ¿sólo la oración “Señor Jesús ten piedad de mí’ permi­te obtener la purificación y la salvación, es decir la deificación? ¿Las demás fórmulas no ayudan a la oración?

—Toda oración tiene un poder inmenso. Es un grito del alma. Dios ayuda según el ardor de la fe. Existe la oración litúrgica y la oración personal. Sin embargo la oración de Jesús tiene un gran valor; como dice san Isaac el Sirio, es una pequeña llave gracias a la cual podemos entrar en los misterios “que el ojo no ha visto y que el oído no ha escuchado, y que no han subido al corazón del hombre” (1 Cor. 2,9). Mantiene mejor el espíritu, le hace orar sin imaginación, sin color, sin forma y sin figura, y le aporta en poco tiempo, mucha más gracia incluso que la salmodia, porque está ligada estrechamente a la humildad y a la conciencia de nues­tros pecados.

San Gregorio el Sinaíta dice que la salmodia es para los prácticos y los principiantes, mientras que la oración es para los que han gustado la gracia divina, para los hesicastas: “No salmodies a menudo pues es una confusión Salmodiar mucho es propio de los prácticos, a causa de su ignorancia y de su trabajo e impropio de los hesicastas, que se contentan orando a Dios solo en su corazón y absteniéndose de pensa­mientos... Según los Padres, el que ha saboreado la gracia debe salmodiar con medida y ocuparse sobre todo de la oración. El que es negligente debe salmo­diar y leer las prácticas de los Padres...”

—Habitualmente con la salmodia aparece la confu­sión. El egoísmo y el orgullo se introducen en quien tiene una hermosa voz, por la impresión producida en los demás, mientras que si el fiel está en su celda y dice “ten piedad de mí, no hay ninguna exteriorización ni causa de orgullo. Por eso los hesicastas se ejercitan más bien en esta práctica, y rezan Maitines y Vísperas con el Kambuskini, es decir diciendo la oración.

—¿Pero una oración tan corta puede fijar el espíri­tu?

—El espíritu se fija más bien en frases cortas. La oración es sumamente profunda, al contrario de lo que al principio parece. Lo propio del espíritu es profundi­zar, guiado por el deseo y el amor. Dice san Máximo: El espíritu tiene costumbre de dilatarse en los asuntos en los que se detiene y dar suelta a su deseo y a su amor, sea en los asuntos divinos, interiores o espirituales, o en los asuntos y en las pasiones de la carne. Lo mismo ocurre con el conocimiento: una cuestión sencilla a primera vista, puede proporcionar tema de estudio y de investigación para varios años. Cuánto más el dulce Nombre de Jesús. Se le puede estudiar toda la vida.

—Puesto que dispone de tal poder, ¿cómo gozar de 1 la oración? Tienes delante un ignorante y un analfabeto en este terreno...

—La oración es la ciencia suprema, hijo mío. No se la puede describir correctamente ni limitarla sin correr peligro de ser mal interpretado o de no ser comprendi­do por los que no tienen al menos una pequeña expe­riencia. Diría también que es la forma más elevada de adquisición de la teología, o más bien de la visión de Dios. La teología es producto e hija de la oración pura, su fruto sabroso y bendito. Vive y se desarrolla en el clima tranquilo y suave del desierto, con toda la fuerza que allí se encuentra para la purificación de las pasio­nes.

-  He leído, Padre, varios libros y artículos a propó­sito del trabajo “lleno de gracia” de la hesiquia y de la invocación constante del Nombre de Jesús, pero qui­siera que compartieras conmigo las reflexiones que has sacado de tu experiencia propia y del conocimien­to de los Padres. No quiero solamente aprender por Curiosidad, sino con intención de vivir, en cuanto pue­da, este bendito estado.